Gafas
En el festival Cineuropa de Santiago de Compostela me he encontrado con esta inspiradora película: Megane (Gafas), dirigida por Naoko Ogigami (2007). La sinopsis oficial deja a la claras el argumento: “Es como pasar unas relajantes vacaciones en una playa japonesa, una historia que redescubre el placer de las cosas sencillas y lo estimulante que puede ser perder el tiempo contemplando el horizonte. Taeko, una profesora urbanita un tanto estresada, llega a un pequeño hotel junto al mar para pasar unas vacaciones. Regentado por el excéntrico Yuji, frecuentado por Haruna y espiritualmente inspirado por la misteriosa Sakura, el lugar funciona como un pequeño microcosmos donde los móviles no funcionan, echarse la siesta es casi obligatorio y la vida transcurre entre helados de judía roja, gimnasia matutina en la playa y cenas a base de langosta. Una película encantadora que deja una sonrisa permanente en los labios.” Hay muy poco drama en las escenas, escasos momentos de tensión, ausencia de conflictos serios. Sólo la turista perpleja ante la vida placentera que reina en el lugar suscita unos instantes de inquietud. Ella misma oculta las misteriosas causas que le impulsaron a retirarse a esa recóndita localidad costera donde la gente cultiva el campo, pesca y, sobre todo, come con delicadeza y deleite. La cámara de la directora se detiene una y otra vez en las comidas, en los silencios de las comidas, mostrando poéticamente toda su simplicidad, toda su necesidad. La señora Sakura sólo llega en primavera, antes de los monzones, sin equipaje alguno, y ofrece alegremente sus granizados a cambio de cualquier cosa que se le quiera dar en contraprestación, excepto dinero. También ameniza a diario una simpática especie de Tai-Chi compartida por nativos de todas las edades. Todo parece un prodigio de convivencia, de alimentos saludables y de meditaciones introspectivas contemplando la caída del sol. Eso es la vida y poco a poco asistimos a su redescubrimiento por la profesora visitante, por esa huésped que acaba abandonando su maleta de libros en una carretera y dejándose llevar por la cerveza compartida con una sonrisa, por los gestos de la reciprocidad. Todos han mirado en su pasado interior, en la muerte futura, en las ruinas de la civilización que les rodea no muy lejos de allí. Y, sin embargo, todos parecen darse cuenta de que la felicidad consiste en esa especie de “slow life”, de comunalidad respetuosa y del esfuerzo y los artificios imprescindibles para estirar el tiempo de vida. Ahí están los vasos comunicantes con el resto del mundo. Por eso no hay más huéspedes en los alojamientos turísticos de este humilde paraíso.
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