Atributos del sueño encarnado
Sólo llueve livianamente. Apenas perturba
la luz oblicua, el aire es cálido,
no tirito.
Entre los puentes de humedad, al resguardo
del ramaje, siguen las aves de pluma oscura
su picotear rústico, escarbando en pos de
tesoros.
Por lo intempestivo de las descargas
se diría que es un monzón tropical,
dádiva del cielo.
Enseguida escampa, empero, porque
en los fiordos hay nostalgia de nieve.
Si no, rayos salvíficos e impasibles
nenúfares ante los ojos amantes.
Lo sabías, lo leíste en mis dedos
inquietos en ti, cuando
añoraban y oraban el despertar.
Y al beber en tu cántaro, al
honrar la sed y empedrar el
manantial, sucede todo.
Se resuelve la costumbre, el cristal
transparenta lo único que merece
alegría.
Bebo ese recuerdo grácil, el anhelo
también. Sólo me alimento de esa
contemplación verde, a través de la
lluvia tenue y tibia.
Me empapo sin una sola arruga de
violencia. Ando vivo
a guarecerme como a tu
crisálida.
Este brillo del agua es el mismo de los
ojos para dentro, rumiantes,
con su firme piano en tono.
Firmes en su diminuto oasis que
marca la frontera de lo
concebido, y de los pasos sin pisar
el suelo.
De las guerras del frío, de los
sentimientos como icebergs, van
quedando menos restos.
Se deshielan o dan a luz grama,
dulces pétalos claros.
Piden más riego templado.
A la temperatura del alma,
con un siseo vivaz.
Es un ardua tarea.
0 comentarios