Peripecias
Asido a esos racimos de memoria que fructifican
según la ley de las probabilidades y el voto de mi paladar,
paciente, empero, al socaire de tanta provisión incierta
y artificial.
Por eso interrogabas a mi antiguo yo, otro enigma.
Cuál sea el espacio del genio, el territorio que guarece,
atañe a reglas manchadas de sangre.
Por eso me abstraía: ¿qué armas para el pueblo? O peor aún:
¿qué pueblo?
La piel se me tizna y arruga, como por arena de desierto, mientras
los estratos geológicos se estremecen y los cultos, quienes oran
o recolectan, hacen industria.
Un cúmulo de albedríos, de errantes venales.
Una cornucopia de ojos asombrados por la aurora y por
el declinar, en su dulzura no empalagosa.
Arqueólogos de alabastros y palimpsestos. Hebras de
azafrán, aromas escanciando tu apetito.
Sabes que puedes, que esa armonía indeleble, aunque espejismo,
mueve montañas.
Abastecido
con la casuística gemela de un sol nutritivo, con los méritos
de la simiente de probada fecundidad, me otorgo
derechos de tránsito.
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