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ateo poeta

 

Flujo y reflujo

de la marea, de la voz

más insondable.

Después de anegar la orilla,

el retiro a su cuenca o la inmersión

de otras arenas

en las antípodas.

Y la erosión

de todos esos fósiles calcáreos.

 

No es preciso un espejo puro

para reflejarme.

Puede ocurrir con un paisaje

recortado,

con su munición

infinitesimal.

 

No estoy allí

oscilante.

No siento la tez quemada

ni reposo en un lecho amarillento,

en la duna movediza.

Las rayas del horizonte

me confunden.

También aquí.

 

¿Qué es el devenir

sino una emoción salobre

y dichosa junto al mar?

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