Flujo y reflujo
de la marea, de la voz
más insondable.
Después de anegar la orilla,
el retiro a su cuenca o la inmersión
de otras arenas
en las antípodas.
Y la erosión
de todos esos fósiles calcáreos.
No es preciso un espejo puro
para reflejarme.
Puede ocurrir con un paisaje
recortado,
con su munición
infinitesimal.
No estoy allí
oscilante.
No siento la tez quemada
ni reposo en un lecho amarillento,
en la duna movediza.
Las rayas del horizonte
me confunden.
También aquí.
¿Qué es el devenir
sino una emoción salobre
y dichosa junto al mar?
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