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ateo poeta

 

Era mi idioma, no arcano, sólo mío.

Pugnaba por vislumbrar

su sentido,

siempre ese enamoramiento.

Qué me ofusca, qué impide

el deshielo,

el perfume tibio.

Recobrar el espacio gaseoso,

el vuelo, la enramada,

un lugar donde atardecer.

Era mi método

de invocar un ápice de euforia.

Algo, delirante quizá.

Desafié la muerte hasta aceptarla

como el torbellino,

o la recompensa.

Entonces sí. A sus ojos,

sin postración.

Las ciudades, los jardines,

los desiertos: con el mismo afán

de identidad... ¿Dónde

residir, pues? ¿En qué

estado de ánimo ajeno a los

dolores imaginarios?

Ya no reservo nada,

apenas ahorro.

Bailo asido a tu cintura

enigmática.

De los oráculos, desconfío

(todas esas vísceras en ebullición).

Todas esas palabras

no instituyeron una isla, sólo

gozo, soberanía.

 

 

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