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ateo poeta

 

Aún no está todo descalabrado. Quedan algunos

parques a la intemperie, oasis urbanos que

refractan la voracidad y el estruendo de las

máquinas a motor, árboles tímidos, senderos

que serpentean, flores nuevas para olvidar

lo viejo. Me interno en el más próximo a media

mañana, cuando apenas asoman paseantes,

con los equipos de jardinería afanados, la hierba

recortada como una cabeza acariciable, el agua

de las fuentes-ballena, el riego por aspersión,

los grifos robados. Cada paso me parece irreal,

la luminosidad me ciega, las sombras atraviesan

mi piel. Quería escabullirme de ese dolor que ya

dura mucho, de ese gusano de alfileres que no

ceja en su insidioso reptar. Atisbar mi voz,

responder. ¿Quién me habita? ¿Qué me habita?

No puede ser sólo ese dolor nebuloso, una

ausencia. Yo que contenía un mundo propio,

una algarabía, en mi corazón. No puede ser,

necesito aire, aromas, deseos. Huele a albahaca,

grita la chavalada en el recreo, hoy que estaban

en huelga las escuelas públicas, que no llueve

en Madrid, que las mujeres hermosas siguen

su camino. Hoy que la geometría y el léxico

no aciertan a besarse, y todo se toma una tregua,

una tregua más, antes de su cierto azul.

 

 

 

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