Ir soltando lastre, caminar cada vez
más ligero de equipaje y no dejar de caminar,
de detenerme, de recibir cada racha de aire
en el rostro, cada caricia sin intención.
Los chicos ahora ya son mayores, sus vidas
se bifurcan y regresan, resplandecen en mis
sueños, sé que vienen del bosque y del río y
que saben de la justicia lo necesario para
sobrevivir al humo y a los espejismos.
Desterré el arrepentimiento de mi diccionario,
un peso menos, he preferido el silencio, su
compasión rugiendo como un mar que golpea
los acantilados de la memoria y sus errores.
No albergo ninguna esperanza de redención,
no sabría decir tampoco para quién, ni cómo,
ni si en las estructuras opacas o en los andamios
celestes. Construir con menos, deshacer el
recorrido ingrato.
Como esa alegría de la austeridad primera,
como la voz feliz por el fruto y por los años
luz de tanta inmanencia. Viajar sin la tara del
continente, sin angustias ni servidumbres.
Escribir a vuela pluma con el mosto del
amor leve y sincero.
Emanciparme, por fin, de las deudas con mis
ancestros y con los usureros, de las omisiones
y de la carcoma del vacío en el que he logrado
hacer pie. Ahora lo entiendo mejor, no podía dejar
que cristalizase ahí, congelado, a la intemperie.
Ilustración: Alexander Deineka
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