Supurando en la herida del mundo
vendo un riñón, un glóbulo ocular, retazos de mi piel
para injertos y cirugía estética.
Incluso la sangre y el esperma han elevado su cotización
en proporción inversa a los quejidos de mi estómago.
Como las ballenas orondas
y melancólicas,
como sus agudos orgasmos
que sacuden el fiel imantado
de las brújulas.
El despojo y la entrega de mis miembros
mutilados se ejecuta con parsimonia: debo vivir
para firmar el contrato de servidumbre.
Los muertos solo hieden. Solo proporcionan, poco antes,
una gélida virtud que desata las llamas del acreedor
imponiendo el débito.
Porque prima su necesidad.
Porque puede saciarla.
Porque su excedente de libertad es una contingencia.
Porque sus ancestros y sus herederos y sus compinches
han adquirido a precio de ganga la astucia con la que administran
el miedo y contienen la miseria en el borde.
Porque siempre disponen del uso de la fuerza como última ratio,
por otras pocas monedas.
Porque su vacío rehuye las profundidades, lo abisal y la frecuencia sutil
en la que se invocan los grandes
mamíferos
acuáticos
y compungen a los asteroides.
Tullido puedo reptar, tuerto puedo ver la hiel transparente.
Mis prótesis caducan a la par que mi resignación cenital.
Con la coagulación de mis últimas cicatrices ausculto tus órganos
en lozanía y al acecho del látigo seleccionador. Ya no soy tú
si en lo inmediato se decanta el canibalismo.
Si no reconstituimos la armonía
de nuestro aliento que se propaga como los céfiros.
Como cuerpos fósiles varados en los restos pedregosos del deshielo,
sin la luz carnal que arrojar a la transacción.
Fotorgrafía: Alvaro Minguito
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