Nada se acaba:
ni el sentido último de las palabras,
ni la capacidad de nuestro cuerpo
para dar al mundo.
Cada huella reclama
una fidelidad inexacta, pero sincera
con la memoria de arena.
¿En qué dulzura ética
habrán hallado remanso los ecos
de un gesto amable e inconformista,
de una espalda erguida,
de la conciencia del dolor?
En la claridad de lo común
forjada en la edad implacable.
O en esperar, avizor,
otras respuestas al vuelo.
De un lugar a otro, lo que se cierra
puede perdurar y seguir cultivando
formas, alientos.
Ningún rencor permite
dirimir la maraña del horizonte.
Aullidos al alba,
es hora de insistir en la vida.
Fotografía: Henri Cartier-Bresson
0 comentarios