Parecen buenos chicos, jóvenes,
fornidos, sin pelos en la lengua,
seguros de sí mismos, quejándose
de lo mal que está el gimnasio
público.
Lástima que sean policías,
que su sexo viril aparezca
en una de cada tres palabras,
que se mofen de los pesos
pluma y que aboguen por
privatizar las instalaciones
municipales.
Si pudieran, te daban
el abrazo del oso.
Fotografía: Alvaro Minguito
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