Los marxistas me llaman anarquista.
Los anarquistas me llaman marxista.
Y no se equivocan:
siempre escogí el mejor color
de cada casa.
Los conservadores me llaman delincuente.
Los delincuentes me llaman conservador.
Y me persiguen por turnos:
quienes nadan en la impunidad
de sus crímenes de guante blanco
y quienes se ufanan de transgredir
toda prescripción ética.
Los liberales me llaman ecologista.
Los ecologistas me llaman liberal.
Y a mí sólo me preocupa
la política de la vida
en su dulce
finitud.
Ni siquiera el eclecticismo nos libra
de tales malentendidos.
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