¿Alguien escribe otra cosa que mensajes de amor
en los teléfonos móviles con la yema de sus dedos?
¿Alguien, acaso, no demanda, impreca o grita sutilmente
su ración diaria de amor, su derecho inalienable
a unas palabras que reemplacen el amor o que lo invoquen?
¿Alguien puede vivir todo el tiempo sorteando los labios
que pronuncian el amor con estridentes circunloquios
cuando no lo hacen en su nítido y dulce secreto?
¿O es que toda esa compulsión narrativa a lo largo
y ancho de las pantallas táctiles únicamente
pretende aplacar la sed que sigue a todo sorbo de amor?
Ilustración: Paul Jackson
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