En aquellas sesiones
de sexo, sudor y lágrimas
que ni el ventilador
era capaz de apaciguar,
sólo cabían dos escapatorias:
o mirarnos fijamente al cristalino
como poseídos por una rabia
incurable, chocando una y otra vez
con esa superficie del alma
tan refractaria,
o soltarnos la lengua locuaces
como si no hubiera secretos
y las palabras emergiesen
sin los amarres de la verdad
acicalada y pendenciera.
Creo que jamás nos entendimos.
Creo, no obstante, que nos amamos
como dos cuerpos siempre a punto
de una fusión nuclear.
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Anónimo -