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ateo poeta

 

En aquellas sesiones

de sexo, sudor y lágrimas

que ni el ventilador

era capaz de apaciguar,

sólo cabían dos escapatorias:

 

o mirarnos fijamente al cristalino

como poseídos por una rabia

incurable, chocando una y otra vez

con esa superficie del alma

tan refractaria,

 

o soltarnos la lengua locuaces

como si no hubiera secretos

y las palabras emergiesen

sin los amarres de la verdad

acicalada y pendenciera.

 

Creo que jamás nos entendimos.

Creo, no obstante, que nos amamos

como dos cuerpos siempre a punto

de una fusión nuclear.

 

 


1 comentario

Anónimo -

Ahora creo que las palabras, aún las dichas en esos momentos de aparente comunicación absoluta, son distantes continentes con enormes océanos por medio.