Las concepciones optimistas
y positivas de la vida,
las que todavía albergan
esperanzas y proponen
soluciones para cualquier
desmán, me sacan un poco
de quicio.
¿Pero es que cierran los ojos
a toda esta nube de violencia
que impregna hasta la más
mínima operación de compra
y venta?
¿Cómo se pueden arrojar
a los escombros de la historia
todos esos movimientos
de tropas ávidas de sangre
fresca?
¿Por qué aceptar dócilmente
estos puntos de partida y los
privilegios adquiridos?
¿Es tan saludable el rechazo
a abastecerse de otras
potencialidades?
Ingenuidad, conformismo,
avaricia y la boca llena
de palabrería acerca
del bien común.
Desde la contingencia
que nos ha tocado en suerte,
cualquier opción política
parece inestable, suicida
o temeraria.
Y no es que abogue
por lanzarnos al precipicio
o quemar todas las banderas
desde nuestra cuerda
floja.
Sólo digo que observemos
el conjunto y pongamos
en práctica un poco
de ecuanimidad.
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