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ateo poeta

 

Tomo nota de las advertencias

aunque las envuelvo

en una bufanda granate

que huele a jazmín y a sudor.

Circula un aire denso,

el humo de una ciudad

impasible.

 

La masajista thailandesa

clavó sus codos

sobre mis nalgas y muslos.

Hizo crujir los huesecillos

de las falanges

y apenas intercambiamos

unas palabras en la lengua

con la que no soñamos.

 

He visto ratas obesas

paseándose entre los puestos

del mercado húmedo

y nadie se inmutaba.

Menos, esos vendedores ancianos

encorvados y dormitando

como si el trajín

no fuera con ellos.



Me despierto desnudo y más joven

y sé que no amo y que amo

esta claridad rotunda que hiere.

También el umbral y el aullido

que se encuentran en dirección

hacia lo oscuro.

 

 

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