Cuando veo un Porsche
aparcado
no puedo evitar
el furor y las ganas
de lanzarle
unas cuantas piedras.
Tanto dinero junto
no puede provenir
de ningún negocio
limpio.
Lo mismo me ocurre
cuando veo
a un militar,
sea del bando
que sea.
Enseguida pienso
en exigirle
que deponga las armas,
como si yo tuviese
una solución mucho
más eficaz.
Sólo mis piedras
y este odio de clase
que cualquier día
me va a costar
una úlcera
de estómago.
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