He visto a los hombres más apacibles y de lenta digestión
caer en la fosa de la amargura y arrancarse la piel a tiras
creyendo ejecutar una obra divina.
He visto a los padres de familia y a las madres pluriempleadas
elogiar la moral y las buenas costumbres en los días plomizos
mientras asestaban puñaladas al débil o al ausente
de turno.
He visto a los niños y a los ancianos yacer bajo la canícula,
yacer bajo la presunción de inocencia, dinamitando
las torres de un marfil radiante e incomprensible.
He visto a los amigos con derecho a roce y a los amantes
esposados a sus alcobas, sirviendo de pasto a las bestias
del océano, su risa apagándose en el crujir de los
colmillos.
He visto flores en las cumbres nevadas como las manos
sucias que piden limosna, y cábalas metafísicas desde
los altavoces del exceso que piden por caridad, y
la ovación al apocalipsis que se transmite como
una instancia administrativa.
He visto a consejeros que pierden el norte, pleitos
que devoran a sus abogados, gobiernos que se
pudren a la velocidad cuántica de las carcomas
que los alimentan.
He visto los disfraces de la locura cuando viene
a seccionarme la vena aorta y a los elefantes
hegemónicos causando una mayor intranquilidad
que los hoteles estrellados.
Fotografía: Olmo Calvo
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