Hoy me he encontrado con tu marido.
Era un tipo simpático, muy alemán
pero ha visto mundo, sonreía.
Él no sabía que era tu marido
y tú pensarás que yo veo maridos alemanes
tuyos por todos los rincones.
Estábamos curioseando en el vestíbulo
de un museo emperifollado
sin decidirnos a entrar.
Yo acabé ahí porque llovía, porque en Lisboa
siempre llueve en algún momento y porque Lisboa
es una ciudad triste y yo leía dos libros tristes
y eso que mi alma sigue combustionando
en un incendio perpetuo. Y no creas que
quiero contagiarme, pero hay días así
que ni fu ni fa y en los que medito mucho
sobre ti y tu marido y me pregunto por qué
no cerráis el círculo de una vez
y os casáis y yo puedo seguir errando
en mi camino sin comerme tanto
la cabeza.
Como apenas lo conocía, le ofrecí
mi amistad interesada y entramos en el salón
de arte político y comprometido o quién sabe
porque el título de la exposición era tan
vago como algunas de las obras.
Dos hombres en un triángulo: enfrentándose
mutuamente y a la arista de la incertidumbre.
Las metáforas bélicas y del equilibrio,
los discursos del Che Guevara y Abdelkarim Al Khattabi,
cualquier imagen o instalación nos sirvió
como pretexto para templar nuestros sables
aunque él me dio la mano con un entusiasmo
tan fraternal que me avergoncé
de mis sucios pensamientos.
Si no lo conoces, seguro que te atraería.
A primera vista, claro, que tú eres de Madrid
de pura cepa, bañada en el fuego del Mediterráneo
y sé que saltan chispas cuando discutís
en un idioma con tantas declinaciones.
Yo no soy mejor, tal como se verifica.
Todos arrastramos el sueño de una luz
y así limpio mi conciencia.
Luego me quedé solo de nuevo y bajé
a ver las fotografías de otro artista
infiltrado en una estación aeroespacial.
Me detuve con ternura en las notas a mano
de uno de los astronautas y la lista de grupos
musicales que se llevaba a los cielos,
siempre con la esperanza de volver a pisar
tierra firme. No te bajaría la luna, eso seguro,
ni el alemán tampoco. A ella le dan igual
tantos preparativos y dispendios, como si no
hubiera nada mejor en qué gastar.
Es poderosa, la luna, sin vacilaciones y nosotros
y nuestro amor una simple millonésima parte
del polvo cósmico. Por eso casi ni existe
y tú sigues creyendo que existe en alguna
infinitesimal proporción más elevada con tu pareja
o marido o proyecto de no sé qué
intercultural.
Podría mantenerme indiferente
pues todo esto ya era de mi incumbencia.
Pero no es tan fácil.
Creo que no le hizo gracia o sospechó
de mis puntualizaciones al margen.
Sus facciones eran idénticas a las de tu
marido y yo no te invité a cenar porque
los acordes de Led Zeppelin seguían
torpedeándome desde dentro y tú debías
estar ocupada con las traducciones.
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