Los dedos manchados de sangre.
Por qué no. Esa sangre cada mes,
puntual. Excrecencias corporales,
lo oculto, de lo que no hablamos
hasta que irrumpe. Matizas que no
es un flujo abundante. Enseguida
se esparce por la piel. Pinturas
rupestres, señales rojas. Más sed.
Dentro, fuera, en otro lugar.
Las imágenes superpuestas.
El pelo revoltoso. Sonríes
como un océano. No puedo dejar
de besar cada pliegue. Me mareo,
incluso. Siempre me ocurría
con la sangre, desmayos, imposible
dedicarme a la medicina. Ahora
está bajo control. Formamos un
cuadro pintoresco. Me has abrazado
tanto, hemos bailado. Está tu
cintura en mis horas muertas.
Impaciente. Sospechando de
mis anhelos. Ya hace frío.
Se acabó el tiempo de playa.
Tú nadas, no obstante, como
un delfín juguetón. En lo más
íntimo. No superficie. Y no sé
cómo acostumbrarme a estar
sin ti.
Fotografía: Miguel A. Martínez
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