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ateo poeta

 

Te dije que no creía

en el amor. Que no me fío

de esa locura transitoria.

De sus artimañas y golpes

de estado. Y lo tomaste

al pie de la letra. Y te

burlabas de mis canciones

románticas y tus piernas

desnudas recorrían los

espacios que antes eran

yermos. Luego, el tiempo

de oscuridad, la distancia

y volver reluciente como

un relámpago o un león

hambriento. Entonces no

sabíamos quién era el padre

o la madre que nos amputaron.

Qué dolor para siempre, sin

nadie. Mi deseo de jugar

con la niña intrigante que

hacía y deshacía el mundo

a su antojo. En esa lucha

cuerpo a cuerpo cada palabra

vale. Nada se gana de

antemano. Y amainarán los

ataques al corazón. Y nos

sustraeremos al exceso que

obstruye la escucha.

La ciudad es solo un punto

de anclaje, coordenadas.

Te dije que puedo amar

mientras tanto, al escribir,

al representarte. Sin heroísmos.

Sé de la amargura y de la

interrupción. Te elijo a la

fuerza, eres inevitable.

Era yo el incrédulo pero

a menudo, también, la

víctima.

 

 

Fotografía: Miguel A. Martínez

 

 

 

 

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