Te dije que no creía
en el amor. Que no me fío
de esa locura transitoria.
De sus artimañas y golpes
de estado. Y lo tomaste
al pie de la letra. Y te
burlabas de mis canciones
románticas y tus piernas
desnudas recorrían los
espacios que antes eran
yermos. Luego, el tiempo
de oscuridad, la distancia
y volver reluciente como
un relámpago o un león
hambriento. Entonces no
sabíamos quién era el padre
o la madre que nos amputaron.
Qué dolor para siempre, sin
nadie. Mi deseo de jugar
con la niña intrigante que
hacía y deshacía el mundo
a su antojo. En esa lucha
cuerpo a cuerpo cada palabra
vale. Nada se gana de
antemano. Y amainarán los
ataques al corazón. Y nos
sustraeremos al exceso que
obstruye la escucha.
La ciudad es solo un punto
de anclaje, coordenadas.
Te dije que puedo amar
mientras tanto, al escribir,
al representarte. Sin heroísmos.
Sé de la amargura y de la
interrupción. Te elijo a la
fuerza, eres inevitable.
Era yo el incrédulo pero
a menudo, también, la
víctima.
Fotografía: Miguel A. Martínez
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