Se hace tarde. Preparo ese café de Etiopía.
Corto un pomelo y me doy cuenta de que mis
manos aún están impregnadas de tu sexo.
Las mismas manos que antes de recorrerte
pensaban cada zona de la piel, anticipando
el cuerpo, como una novedad, tormenta,
inundación. Después llega esa melancolía
histórica. Solo repetimos un ejercicio
universal. No como piedras o árboles o
nubes. Pero no muy distinto a otras bestias,
apenas más conscientes, con todas esas
palabras hirviendo y arraigadas. Y mientras
te vistes, mi corazón palpita desbocado.
Huele al jabón de la ducha y los gorriones
en celo han amanecido sin darle más
tregua al silencio. Nos repartimos las
llaves y dentro de un rato iré a comprar
pescado fresco para la comida. Te sonará
ridículo y sentimental, pero me alegro
de que nos amemos en Madrid.
Fotografía: Yoshiro Tatsuki
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