Domingo por la mañana
en una ciudad del norte de Europa.
Plácida quietud. Cielo encapotado.
Las calles casi desiertas
incluso ahora que ya despidieron
a las ráfagas de frío
cortante.
Ojalá se amen con pasión, o un poco,
al menos en su día libre.
O que salgan a estirar las piernas
por toda esa abundancia
de verde.
No me extraña que unos miles más
atraviesen lo peor
para alcanzar estos vacíos.
Son absurdas siempre
las fronteras que aumentan las muertes
y tan evitables.
Hay no poca belleza
para compartir.
Que ningún fascista pueda extraer provecho
de mis palabras.
Fotografía: Russell Tomlim
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