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ateo poeta

un cuento erótico

un cuento erótico

 

El sol ya había caído. Con los últimos estertores de luz, las playas iban quedando desiertas. Unas playas mediterráneas que aun irradiaban en sus arenas el calor intenso de una típica jornada estival. Magda y Estrella caminaban descalzas. Atravesaron varias calas aprovechando el súbito y merecido frescor del atardecer. No hablaban mucho. En las viejas amistades los lugares comunes van dejando paso a las complicidades y los silencios apacibles. Esos que no incomodan aunque se dilaten durante muchos minutos. La cadencia de su paso era regular, pero sin urgencia. Cada regalo a la vista de aquel horizonte merecía su atención. Vivir a menudo es sólo eso, deleitarse con la belleza circundante. Ir a su encuentro. Componerla dentro de cada una. Ser comprendida.

 

Llegaron a uno de los arenales más largos y menos alterados por la codicia humana. Esa plaga sobre el mundo. A medida que avanzaban divisaron con más claridad al último bañista que aún no se había recogido. Parecía meditar en una de esas posturas orientales. Estaba completamente desnudo sobre su toalla. Cuanto más se acercaban las dos paseantes, más frecuentes eran las miradas del hombre hacia ellas. Enseguida se dieron cuenta de que tenía su pene erecto y lo agitaba suavemente con una mano. Magda y Estrella no dudaron en seguir caminando. Aquella escena no pareció importunarlas, según dedujeron de su rápido intercambio de miradas. Era su derecho. No tenían por qué sentirse agredidas. Tampoco especialmente halagadas. Hubiera dado igual que llevaran una túnica o ropa de montaña en lugar de sus ligeras vestimentas veraniegas. Aquel hombre supliría los obstáculos con su calenturienta imaginación. Eran dos figuras femeninas. Se movían con agilidad. Sus piernas descubiertas. Sus senos seguros. Intuidos. Mientras, el hombre proseguía diligente con su manipulación.

 

Al pasar a su lado, las siguió atento con la mirada. No dejó de masturbarse. Esperando, como si no quisiera llegar rápidamente al fin de su gozo. Magda y Estrella habían frecuentado playas nudistas y eso, en cierta medida, las predisponía a aceptar aquella situación sin preocuparse demasiado. Adoptaron, en todo caso, una espontánea actitud de defensa ante el comportamiento incierto del exhibicionista. Implícitamente convinieron en no devolverle la mirada. Magda tomó del brazo a Estrella y sonrió. Percibió la piel tibia de Estrella, más cálida que la suya. Por un instante, Estrella no pudo evitar la tentación y giró con naturalidad su cabeza hasta cruzarse con la mirada del hombre. En cuestión de segundos. Sin soltarse del brazo protector de Magda. Volviendo a reencontrarse con el gesto jovial de ésta. Con sus pechos grandes y sugerentes. El rostro de Estrella se sonrojó como si acabase de engullir pimientos picantes. La temperatura de su piel siguió ascendiendo. Siguieron caminando. El hombre permaneció sentado en el mismo sitio, devoto de su erección.

 

El vestido de Magda era flojo y ventilado, como de viscosa. La brisa lo adhería caprichosamente a sus curvas voluptuosas. Estrella, sin embargo, llevaba una camiseta de tirantes ajustada a sus pechos menudos y una falda blanca muy corta. Era de un talle más fino. Y de una voluptuosidad quizás más interior y tormentosa. En lugar de corresponderle la sonrisa a Magda, su mirada se desvanecía en un pozo de excitación. A cada paso sentía sus nalgas y sus caderas como si aquel hombre las estuviese dirigiendo con las palmas de sus manos. Y si Magda lo hubiese querido comprobar con sus propias manos, las podría haber sumergido en la copiosa humedad de las bragas de Estrella. No hizo falta. Mientras aminoraban el paso, Estrella la miró fijamente. Voy a ir. Sólo me preocupa una cosa: no tengo condones, y no creo que él tampoco tenga. Magda, sorprendida, se contuvo unos segundos antes de responder. Vete. Por los condones, no te preocupes. Esto no es verdad, sólo somos dos personajes de un cuento erótico. Vas a tener la suerte de hacer realidad una fantasía sexual. Aquí no hay enfermedades venéreas. Esto es literatura, no una película porno. Yo me quedaré por aquí cerca, por si acaso. Y la besó en aquella mejilla ruborizada a la vez que liberaba su brazo.

 

Las palabras de Magda la dejaron un poco confusa y aliviada a la vez. Estaría bromeando. Pero no osó replicarla. Dio media vuelta y se dirigió con resolución hacia donde estaba el hombre aún friccionando su miembro. No siempre ocurrían estas cosas en la vida. Por qué eludirlas. Así que se plantó delante del hombre sin poder ocultar el candor de su piel y los ojos brillantes como un manantial. Él no dudó un instante en indicarle que se diera la vuelta. Ni siquiera necesitó erguirse para quitarle las bragas empapadas. Estrella sintió como descendían por sus piernas. Cerró los ojos. Sabía lo que vendría inmediatamente después. Las manos del hombre comenzaron a hurgar por debajo y por fuera de la falda. Se recreaban en cada pliegue. Sus dedos se insinuaban ocasionalmente por los labios vaginales. En cualquier momento la penetraría. Estaba oscureciendo y la brisa era más intensa. El salitre y las algas putrefactas mezclaban sus sabores con las dos respiraciones jadeantes. Antes de clausurar sus párpados, de llevarse su propia mano a la boca y de agitar su melena lacia, vio sentada a Magda a una distancia de unos cien metros. Por qué no se iría. A fin de cuentas, sólo se trataba de una fantasía. Y cuanto más riesgo, mejor. Para su regocijo, el hombre besó dos veces sus pantorrillas. Luego, sus dedos gruesos recorrieron con impaciencia las piernas suaves y aún extendidas de Estrella. Por fin, ya sin ningún género de dudas, el hombre acabó por atraer las caderas de Estrella hacia el pene que seguía firme e hinchado.

 

Se acoplaron sin dificultad. Él marcaba la pauta de las operaciones. Evitaba los gestos violentos, pero su cuerpo era fuerte y estaba decidido a apretar sin prejuicios a aquella mujer desconocida. Volvió a besarla. Ahora en el cuello, antes de deshacerse de su camiseta y de encerrar sus pechos entre las manos. Estrella se mordió los dedos. Gimió ostensiblemente, sin temor a quebrar el silencio de aquella playa, aquel crepúsculo de grillos. Ya era bastante atrevido fornicar allí a la vista de su mejor amiga. Sin preservativo. Con un hombre del que sólo tenía vagos indicios de su vida. Los que rodeaban a su desnudez, una toalla grande y rizada, una mochila discreta. Un hombre instrumento de sus deseos prohibidos. O ella como instrumento de los deseos de él, daba igual. Los gemidos dejaron paso a gritos más efusivos. Sus propios dedos se movían cada vez con más frenesí por su clítoris. La minifalda estorbaba un poco, pero ya era tarde para intentar desprenderse de ella. La verga estaba totalmente sumergida en su marea de secreciones. La percibía llegando muy adentro, rozando millones de terminaciones nerviosas. Era imparable. Llegaba, llegaba. Sus pezones hervían de placer. El sudor manaba febril de sus torsos. Magda llegó a escuchar los gritos más prolongados de los dos fornicadores. Consecutivos, no muy alejados uno del otro. Sus onomatopeyas finales.

 

No hubo muchas más caricias antes de separarse. Estrella recogió su camiseta de asas y sus braguitas rebozadas en arena. Y se alejó con el mismo mutismo con que se había aproximado. Idéntica discreción había profesado aquel compañero intempestivo. Como si hubiera prevalecido una simetría artística en todo momento. Era una locura, lo sabía. Estaba segura, no obstante, de que Magda no la iba a censurar por eso. Tampoco le pediría explicaciones ni detalles, ni se lo recordaría con burla en el futuro. Como si no hubiese ocurrido. Como si todo hubiese sido sólo una fantasía literaria que se habían querido contar con algo más que con palabras aquella tarde de verano. Todo eso se lo dijeron en una mirada fugaz de reconciliación. Después de muchos años de compañía y transacciones sentimentales. Volvieron a tomarse del brazo y prosiguieron su ruta. Estaba oscureciendo. La amistad debe ser eso, compartir los límites de la realidad y los manjares que proporciona la naturaleza.

 

3 comentarios

que mas da -

pues yo diria, aunque no lo supiera, y sin lugar a dudas que es un texto-fantasia escrito por un hombre

maría -

es que una vez hice un comentario atrevido y me regañaste.... ja ja ja. Hay fantasías femeninas, masculinas, compartidas (tu cuento creo que es de estas), fantasías "tópicamente" femeninas y masculinas, de esas que parecen casi obligatorias (aunque a mi algunas no me interesen en absoluto...).... vaya, como siempre me voy por la tangente. Y lo de realizarlas... mmm, quizá lo mejor es que sean fantasías, y que lo que realicemos sean realidades ¿no? Me apuesto a que tu comentario va a hacer que te lluevan comentarios, ja ja ja.

ateopoeta -

Me pregunto por qué nadie comentará nada sobre este cuento. En público, claro, porque en privado ya he recibido más de uno. ¿Será que es demasiado comprometido? Por cierto, ¿hay fantasías eróticas típicamente feministas/femeninas y masculinas? ¿Y en qué género estará la de este cuento? Y ¿las fantasías son sólo para no realizarlas? En fin, como casi siempre, palabras al viento.