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ateo poeta

Epístola

Epístola

 

¿Has oído el rumor de esas aguas subterráneas nuevas:

las que absorbe la edad, las que oxigenan los filamentos

que enhebran la cordura con la locura -ahora, que sobrevivimos?

 

¿Y el canto del invierno arremolinándose en las fisuras

de celosías y paramentos blindados? ¿Como los acantilados

contiguos a tu sed de amor, siempre objeto del látigo:

firmes, indigentes, dueños de esa luz de mar primitivo?

 

Nunca nos consignamos a efemérides apenas. Vagamos

entre veredas minadas de imperativos kantianos y girasoles

quemados por la impotencia utópica.

 

(Aprendimos a designar los refugios para sustraernos al ostracismo.)

 

Necesitaba tus reflejos -tantas veces cristalinos y severos-

para mis preguntas cubistas. Y permanece nuestra savia inconforme.

Ese laxante cómplice a través de largos meses y kilómetros

de silencios.

 

Ha pasado mucho tiempo. El ser humano es diletante:

añora explicaciones, toma aire y se sumerge en un magma

de arrebatos pasionales. Hay quien se ocupa de los manjares.

 

Algunos van olvidando a quién interpelar con coraje

-porque el tiempo y las algas los envuelven y arrastran lejos.

Nosotros sobrevivimos, empero.

 

(Cuanto más políglota, más descubro el idioma de mi infancia.)

 

 

 

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