Piazza d'Italia
El día anterior había visto “Bombón, el perro”, una película tierna y emocionante de Carlos Sorín, con actores no profesionales. Gente con muchas historias que contar, un director que les da palabras e historias, historias que necesitan personas para enriquecer nuestras vidas. Pero, sobre todo, poesía: un ritmo, unos gestos, unos trazos de color que abren en flor nuestros sentidos. Y parecía una película. Volví a la vida prosaica. Carretera, metro, un avión a una ciudad donde nunca he estado, otro avión a una ciudad más al norte, más trenes, frío polar. Los momentos perfectos para leer y dormir a plazos, sin acabar nunca de descansar. Escogí “Piazza d’Italia”, de Antonio Tabucci. Uno de esos libros viejos que nunca pasan de moda porque, tal vez, nunca lo estuvieron. Y volvió la poesía envuelta en guerras espeluznantes en las que siempre mueren los pobres, en rebeldes que dejan huellas y también llenan los cementerios, en dramas que parecen mágicos e inexplicables cuando la cosecha y la primavera han sido fructíferas. Las metáforas y símiles que usa Tabucci son deslumbrantes y simples, como si las hubiéramos pensado ya alguna vez en nuestra vida. Los saltos en el tiempo son juguetones como nuestra memoria, como los cachorros que se mordisquean. La Historia, con mayúsculas, es envuelta en historias de esperanzas y perdedores, en poesía. Y parecía una novela. En fin, ya he tomado la ración semanal que me exige mi dieta, en cualquier latitud del mundo. A ver qué sorpresas me reserva para el viaje de vuelta ese libro de Panero que parece poesía.
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