Jaione
Apenas hay gente por los pasillos. Ya son casi las cuatro de la mañana. Me avisó un pelín tarde, es normal, pero hice lo posible por llegar cuanto antes. En esta planta no se observan tensiones. El personal parece tranquilo, aunque tampoco da la sensación de ser de noche. Hay tanta luz. Aquí no paran de trabajar, nunca es de noche. No sé cómo pueden estar así. A mí me dan ganas de morderme las uñas. La verdad es que no es para tanto. En algún rincón de mis tripas también comprendo esos gestos moderadamente optimistas. Los de los acompañantes y los de las enfermeras. No es la felicidad, pero sí una especie de inquietud comedida. Como si todos estuviésemos en un umbral. Sabiendo que estamos a punto de cruzar al otro lado, pero todavía en este. Imagino que hasta que no pasen a la habitación y escuchen los llantos de los bebés, no se apaciguarán del todo. O no. No sé. Es la primera vez. Y, encima, en estas circunstancias tan extrañas.
A Jaione no le han ido del todo mal las cosas. Acabó brillantemente la carrera en Deusto y después, sólo por gusto, comenzó el doctorado en un departamento de la universidad pública. No lo soportó ni tres meses. En cuanto se cercioró del veneno que se lanzaban unos a otros (hunos, solía recordar con sorna), se puso a preparar oposiciones a Hacienda. Y enseguida se colocó, para mayor satisfacción de sus padres. Era de una familia acomodada de Bilbao. Siempre habían confiado en ella, así que siempre le dejaron hacer a su modo. Hija única, eso sí. Un mundo que a mí, en todo caso, me quedaba muy lejos. Yo había llegado a Logroño casi de casualidad. Tuve una oferta laboral en un gimnasio y una buena excusa para abandonar los humos de Madrid. Venía del barrio de la Concepción, nada más y nada menos. Con todas sus calles de vírgenes, y yo siempre tan recalcitrantemente ateo. Pero que más da ahora. La primera vez que supe de la existencia de Jaione fue charlando en un bar con una amiga suya, Nuria. Habían estudiado juntas en Bilbao y se seguían encontrando varias veces al año. Nuria me gustó desde el primer día en que conversamos en el gimnasio. Pero Nuria acababa de ser mamá y sus hijas tenían a su papá, y ella tenía un nombre demasiado normal y todo un porte bien arraigado en la trama social de esta pequeña ciudad, que no me incitaron a arriesgarme. Así que tapamos todos esos deseos con mucha paja de agradable amistad.
El nombre de Jaione me resultó exótico desde el primer momento. Y de Bilbao sólo tenía lejanas reminiscencias de un viaje familiar en mi infancia. Humos, niebla y una ría ennegrecida en el centro. Nada que ver con la primera visita consciente de hace ya casi un año. Edificios esplendorosos y el mismo hormigueo del metro que en Madrid. Tal vez un poco menos cosmopolita. Me pareció. Eso sí, los ojos verdosos y el pelo agresivamente castaño y arrubiado de Jaione me dejaron sin aliento desde el primer instante. Ella nunca quiso decir qué le parecía yo. Era parte de su declaración de independencia. La había cultivado con mimo. Nadie se la arrebataría. Tenía treinta años recién cumplidos e iba tomando sus decisiones una a una. Sin prisas. Lo celebramos hasta bien entrada la noche. Las calles, encharcadas, recibiendo la primavera. Al llegar a su casa, Nuria se despidió sin dilaciones. Jaione, tentadora y firme como una diosa, me invitó a su habitación. Para qué perder el tiempo bebiendo un par de horas más.
Comenzamos a encontrarnos de forma sistemática, casi rutinaria. Cada semana o cada quince días. Eres un lobo solitario, y peligroso, fue casi todo lo íntimo que me dijo. Pero ella no quería ataduras. Yo tampoco. Ocho años emparejado me habían dejado mella. En Madrid me había negado a tener hijos. No era el lugar. Se respiraban los cuchillos en el aire, la velocidad en las venas. Al final, mi antigua compañera encontró a un hombre menos pesimista, con su cuenta corriente más saneada, más sibarita, qué se yo. Jaione me estaba rescatando de mi pozo de máquinas de fitness, mancuernas y una mayoría de usuarios monótonos, siete horas al día. Pero después de quedarse embarazada ya sólo nos vimos en un par de ocasiones. Para ultimar los detalles.
Cuando Nuria me habló de la posibilidad de ser algo así como un “padre de alquiler”, me sorprendió. Y me hizo reflexionar. ¿Cómo lo haría, si es que lo haría? Desde luego, Nuria tenía chispa. Nunca te aburrías con ella, siempre excitaba tu curiosidad, tus principios éticos. Yo puse mis condiciones. Aquel día, entre risas y con una incipiente complicidad. No quería convertirme en un padre anónimo. Desaparecer. Es un derecho conocer a quien, finalmente, a pesar de los pesares, has decidido crear. Asumir tu humilde dosis de autoría y de ejemplaridad en este mundo. Y al decirlo, se me desató un ancestral nudo en el estómago. Jaione quería el niño para ella sola. Para ser ella la responsable, la sustentadora principal, como dicen los abogados. Tampoco quería un padre anónimo, extraído al azar de un banco de semen. Le parecía repugnantemente industrial. Así que nuestro trato fue transparente. Yo podría visitar al niño, o la niña, un día cada tres meses, pero nada más. Y ella respetaría los deseos del niño, o la niña, por estar más tiempo con su padre, a medida que creciera. Nada más. Pero Jaione sería la única que ejercería de madre y de padre a la vez. Esa era su constitución. Y debió confiar en mi juramento.
No sé si hay niños preciosos o no. Todo en ellos está por decidir. Son como muñecos con muchas vidas que se bifurcan. Sigo nervioso. Jaione sí que estaba preciosa, como siempre. Menos mal que no han venido sus padres. Nos hemos puesto a sonreír y a llorar como dos magdalenas. Todo ha ido bien. Era de esperar, dado el brillante currículo de Jaione. Me sorprende que la libertad dé estos frutos. No he podido evitarlo. Después de balbucear varias frases sin sentido, la he abrazado y le he dicho un tímido “te quiero”. Era la primera vez. Luego, me he marchado. Con una mezcla de jugos en las entrañas. No es la felicidad, pero no está mal. Hay poca gente por los pasillos de la planta. He llamado a Nuria, para que avise a los padres de Jaione. Esto sí que es un umbral. Ahora no albergo ninguna duda. Cumpliré mi juramento. Esas dos hermosas criaturas se lo merecen todo.
5 comentarios
ateopoeta -
normal? -
¿Por qué Nuria? ¿Por qué "nombre tan normal"? ¿Es el "porte arraigado en la trama social" lo que determina al protagonista? Me pareció que esa "trama social" se la pasaba por el forro... ¿Soy así? No sé dónde empieza Nuria y acabo yo o dónde acaba Nuria y empiezo yo...
Cuando veas la foto, (déjame buscar otro soporte que no sea papel, porque de esas tengo muchas pero no sé cómo mandártelas) creo que la identificarás rápido... te las envío a las dos para que entiendas como durante la carrera con ellas viví experiencias de amistad maravillosas pero siempre estuve en la sombra: yo era la "simpática" y ellas las de "quitar el aliento". Las adoro, sobre todo a Jaione, pero si alguna vez te inspiro otro cuento, déjame ser, al menos en la fantasía, la de rompe y rasga, la que "te deja sin aliento". No lo viví nunca...
Por cierto, ¿sabes que Jaione en euskera significa "nacimiento? ¿Es un guiño o te sorprendo?
Besos.
ateopoeta -
espero que te haya gustado el cuentecito, pues, y gracias por leer y comentar y vivir
besos
anai -
o soy tia de nuevo?
que yo sepa tu tenias hecha una vasectomia!!!! please answer
Una de las forjadoras de sueños -
Como otras veces, me alegra y estimula la sintonía.