Ya no me interrogo sobre el destino
de mi escritura, mi verbo nupcial, copulativo,
de ultramar. La respuesta es geológica,
está en el seno de mi volcán blanco,
protesta sulfurosa, exhala su hambre
de cuerpos vírgenes, remueve tus átomos
de lasciva memoria. Escribo desesperado
como si el próximo naipe fuera a aniquilar
la partida. O con los élitros de aquella
sintaxis dulce y espongiforme adherida
a las derrotas de la infancia. Quiero dar a luz
la materia que alimenta, pero ya sólo necesito
desentrañar el níveo amor de las vetas
áridas, la textura alentadora, la fidelidad
a mi arsenal natatorio. Sólo en su destello
me concedo permiso de residencia,
sobrevivo a los accidentes, tiemblo.
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