Echo tanto de menos el aburrimiento. La mente
en blanco marfil, la consolación de la naturaleza.
Mucho más que el descanso, que vacaciones
programadas con sus fechas, horas de comidas, rutinas.
Un regazo, un remanso de paz bajo la piel
de cocodrilo, los lentos crepúsculos estivales.
Y aquellas ilusiones ópticas que salpicaban la noche
en que nos dimos las manos y la juventud a sorbos.
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