Hoy ha sido un buen día. He descubierto
que todas las tristezas son pasajeras y yo
sólo un polizón a bordo. Que no pierdo nada
por seguir aspirando a una vida sublime.
Y que el mar está lleno de peces que se besan
infinitamente sin la más mínima irritación.
Qué envidia, sí señor. Y qué ejemplo: sumergirse,
tener agallas, hacer gorgoritos, gimnasia pasiva.
No sé cuánto durará este optimismo ultramarino, pero
congelaré una ración para tiempos de escasez.
Ayer sólo deseaba ternura. Es cursi, ya lo sé.
Podría decir: un masaje después de sacar músculo,
o caricias de calentamiento. Pero prefiero ternura.
Es más inconmensurable, infinita, no irritante.
Y de momento no la anuncian por ahí, que yo sepa,
a la venta en cápsulas rojas de atractivo placebo.
Así que cerré los ojos y le pregunté a Ángel González,
ese poeta que cita su propio nombre en los poemas
y que se parece, en lo prosaico, al mío: Miguel Martínez.
Ojalá fuéramos alter egos. Le volveré a preguntar
la próxima vez. Mientras esperaba las respuestas
hoy he descubierto que era el funk de James Brown,
sonando por la radio, lo que aplastó del todo
mi crisis existencial. Bien pensado, también es un nombre
prosaico. Qué paradoja, pues: esos locos prosaicos
inventando sustancias para la inmortalidad, trances
psicoactivos, soles de amor propio en almas reacias
a la soledad. Hoy se ha disipado el dolor.
Como las nieblas del aeropuerto y esos bonos regalo
de miles de kilómetros. Y te abrazo toda la noche
aunque también te desvanezcas como el humo,
maldita mi suerte, un buen día cualquiera.
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