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ateo poeta

(tristes) idealizaciones

(tristes) idealizaciones

 

 

El verano es el momento ideal para darse un atracón de lecturas. En la feria del libro antiguo y de ocasión de Vigo encontré unas cuantas joyas y siento lo rápido que corre el tiempo antes de que pueda sumergirme en cada libro. Unas semanas atrás, también me surtí de otros textos “alternativos” en Traficantes de sueños. Sin mucho orden ni concierto paso de uno a otro: libros de política e historia (un recorrido por la ideología de la democracia de Luciano Canfora), de sociología urbana (un ensayo hipercrítico de Jean Pierre Garnier) y de paleoantropología (una revisión del evolucionismo por Juan Luis Arsuaga), el interminable libro de aforismos de Marcos Lorenzo siempre en la mesilla de noche, y, cómo no, merodeo y picoteo en todo lo que de poesía y narrativa cae en mis manos y que tenga algún viso de despertarme alguna pasión sobrecogedora (esa quimera…). ¿Será que la vida no tiene sentido? ¿Que sólo buscamos excusas con las que tapar su vacío de fondo, su final frío y cierto? Quizás la angustia procede sólo de buscar conocimiento, poder y seguridad ante los miedos que nos asolan, en lugar de simplemente dejarse llevar, divertirse, sentir nuestra animalidad sin trascendencia alguna –con los libros o con lo que sea. ¿Por qué, a pesar de todo, me arrebatan esas personas vitalistas y apasionadas¿ ¿Es que no se dan cuentas de la ilusión en la que estamos sumergidos?

 

El último relato corto que me he encontrado se titula “El hombre de mis sueños”. Su autora es Doris Dörrie, la cual también ha dirigido algunas películas con cierta repercusión (“Hombres, hombres”, por ejemplo). La historia narra la soledad en la que se encuentra una mujer joven, Antonia, que trabaja como modelo y que fue abandonando a sus amistades izquierdosas que criticaban su forma de vida superficial, manipulada y capitalista. Ella misma experimenta, al cabo de unos años, las frustraciones sentimentales que le depara su profesión y comienza a obsesionarse con la búsqueda del “hombre ideal”. Curiosamente, éste lo halla en un retrato de Boticelli que, por casualidad, se lo imagina proyectado en un hombre, Johnny, que pide limosna a las puertas de unos grandes almacenes. El susodicho resulta que ha estudiado sociología y ciencia política, y es otro izquierdoso más que ha renunciado a integrarse en el sistema, pero que sin mucha dificultad se acopla al enamoramiento incondicional, al modo de vida y a las rentas boyantes de Antonia. Para compensar ese evidente desequilibrio, Antonia propondrá hacer un viaje “mochilero” a Perú donde descubrirá lo doloroso de sus elecciones vitales y los interrogantes irresolubles acerca de sí misma como alguien que necesita a un “hombre ideal”… Para mayor confusión de Antonia, Johnny llegará a responderle con toda crudeza: “Lo único que quiero es vivir en paz y tirarme a una chica bonita de vez en cuando.” Aunque la historia pueda parecer algo inverosímil, los personajes y, sobre todo Antonia, son unos nítidos espejos de nuestras más comunes disquisiciones acerca de quiénes somos y a quién podemos querer. Y todo ello enmarcado magistralmente en un paisaje de aberrantes desigualdades y ruindades sociales. Lástima, o no, que el final nos deje con tantas dudas como al principio.

 

 

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