cabalgan a sus anchas
Lucho contra esas huestes de ruido y
oropeles en su resecar y olvido. Lucho sin
luchar como se respira y se embalsa el vacío,
esperando paciente su acoso en consigna, alerta
a su rúbrica de seducción inane. Se agazapan y se
disfrazan, se embridan a la jalea de la soledad
con su doble rostro al azar. Cuando llega el recaudador
huyo campo a través y oficio mi lavativa ante la
claridad de la luna y el aullido del miedo. Febril
y taciturno sé que demora su triunfo el corcel dorado
con el que me incitas a residir en el delirio,
ausente del rocío rapaz. Te reivindico, sólo eso.
No cejaré en el empeño de encontrar la voz aunque
haya que perderse en un lánguido horizonte azul
turquesa. Esperaré atento a que me inunde el instinto.
No hay animal más audaz que el que simula
seguir la corriente. De presa en presa bebe y se
dulcifica. Desconfía de quirománticos y mendigos.
Como un impulso a sortear las hierbas venenosas,
también las que medran en mis sienes. ¿Podremos
conferirnos el júbilo de desgranar, capítulo a capítulo,
las premisas de la buenaventura? ¿Nos daremos el
banquete de los montaraces cuando contemplemos
el refulgir de nuestro sosiego victorioso? Hebras de
armonía como la resurrección de la primavera, socorro
mutuo ante el enigma de la desbordante belleza por
doquier. Sólo hay que dejarse tallar por su diligencia,
volverse memorable, punto cardinal, espacialidad en
ascenso, trabajar menos, hincarse en la tierra.
Sólo lucho, primero, contra mis propios ciclones.
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Polikarpov -
Mírate. Llegó la luna que hay en ti.
Yo acariciaba tu cara de sirena
y también tus pasos por la duna
tus brazas en el mar
tu pudor de niña aún
y tu silueta de ola.
Siempre abracé tu risa,
nunca tu pena o tu silencio
que a veces veo solo un segundo
antes de que te vuelva el sol a tu mirada.
No hay magia en mis dedos
pero si en tus ojos cerrados
y en la luna que hay en tí.
Mírate, las plazas de la ciudad llenas de adolescentes sentados en el suelo, felices sin saberlo besando la cerveza y bebiendo de los labios a morro.
Mírate, como ellas y ellos también tú
sabes beber el amargo don de la cerveza
y beberte los labios tan despacio.
Mírate, piterpana nunca wendy,
apoyada en un coche y arropada
con la sábana fresquita de la noche
besándome el sabor de mi deseo
igual de adolescente
igual de valiente
igual de sonriente
que cuando caminas por el mar tú sola
y tienen la certeza de las cosas que importan.
Mírate, anda, no hay frontera,
si no dejas de andar yo no me canso
si no dejas el beso no me importa
que amanezca en la calle.
Mírate ahí en medio de la madrugada
en medio de este Madrid nunca en silencio
y nunca solitario ni dormido
y menos en tu calle,
esta ciudad tan loca sin estrellas
aunque tú, dices, has colgado cinco
detrás de la ventana de tu casa,
pusieron la ciudad lejos del mar
y el campo y los bosques y los ríos
y sin embargo es dulce y nos abraza
nos ha abrazado siempre a los de lejos.
Mírate ahí, mujer, mordiendo el sabor
de mis sueños más secretos, haciéndome temblar, entonces, ahora, mañana,
nadie lo hizo nunca aunque aún no me creas.
Mírate ahí, fuerte, apetecible, dichosa,
como deshaces para mi esos besos cremosos
más ricos que ninguna receta que inventaré nunca. de los que nunca me canso, tantos años.
Mírate tan llena de alegría aunque no te des cuenta, tan llena de vida y belleza aunque te inventes kilos y falsas decadencias invisibles.
Yo te veo en mi abrazo y en el tuyo
nadando en tus labios, buceando en busca de corales más allá de tu ombligo, dejándome llevar por la marea,
salpicado de la espuma de tu mar y tu aliento
dormido en tu ternura de bruja y de sirena
hechizado desde entonces por tu agua.
Yo te veo muy cerca y tan dentro de mi
en el hueco en que soy solo yo
en la piel vulnerable de aquel niño
arrogante, curioso, tal vez triste
al que siempre regalaste
pedazos de la tarta de la vida.
Acaricio tu cara, abrazo tu cabeza,
tus caderas, tu culo, tu sonrisa,
tocan mis dedos el lugar en donde nacen las palabras y me descubres las forma de deshacer el tiempo. Y después, ya tan tarde, con tu sabor
en mi memoria y en mi lengua
el mismo sabor que recordaba,
cuando bajo las escaleras a la noche
y salgo a la calle, a la intemperie, a Madrid,
maldiciendo el tiempo que no derroché contigo
y borracho de ti y de tu olor y de tus besos,
te nombro de nuevo, no me escuchas, sonrío.
Mírate, nunca escondida,
derramando luciérnagas de día
y dejando volar las ladybird de tus palabras.
Mírate, cuando te llene el sabor de los aplausos
yo pensaré que te muerdo, despacio, cuello abajo y que busco en tus tetas esa belleza dura
que encontraron los griegos perdurable,
y también la invisible, sobre todo,
y más abajo, donde la vida se hace tan pequeña, pensaré que el brillo de tus ojos llega de lejos de miles de días, lunas, trenes y rechazos pero también de la sangre de los tuyos y de la ola llena de caricias
de quienes una vez te amaron y tú amaste.
Mírate solo un segundo, nunca escondida ni conforme, nunca quieta, solo cuando el sueño venció por fin tu cuerpo.
Esperaré entonces hechizado a que vuelvas de allí para besarte y adivinar por el sabor donde estuviste.
Mírate, tantas veces lo hiciste
desenredando madejas negras
abriendo pozos llenos de sombra
mirando sin cegarte tus desiertos
hasta saberte dulce por dentro
y también amarga,
tal vez por eso los años te disculpan.
Yo cruce las fronteras del norte
pisé descalzo otros desiertos
corte la seda
y bebí de otros pozos llenos de sombra
hasta apreciar lo amargo y la melaza
tal vez por eso al yo mirarte
veo.