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ateo poeta

Didácticas apócrifas

Didácticas apócrifas

 

Sería por el 79, cuando aún no había cumplido los 9 añitos de edad. Me lo ha recordado la canción de Violeta Parra. El profesor de religión nos propuso escribir un poema-canción con la misma estructura de estrofas, comenzando siempre con un “gracias a la vida”. Quizás fue mi primera escritura en verso, quién sabe. Aquel profesor todo bondad y con una piel ora pálida, ora sonrosada, que no parecía ni tres cuartos el revolucionario que llevaba dentro. Recuerdo otra de sus clases sobre sexualidad cuando una niña le preguntó con voz alta y clara “¿qué significa masturbarse?” y él respondió con una prestancia y nitidez no menos llana, sin un atisbo de oscurantismo. Y las pocas notas que sé extraer de una armónica se deben a los recreos en los que nos instruía o jugaba al ajedrez con nuestros ávidos instintos mientras a mí me empezaba a preocupar seriamente la amenaza de guerra nuclear que leía a todo color en la revista “Muy interesante”. Supongo que aquella mezcla fue agitando los constantes diálogos interiores con el Dios que me había inventado o que, simplemente, había adoptado de aquel mundo de creyentes con sus distintas veleidades. Enseguida lo fui arrojando a la cuneta quedándome sólo con la metafísica literaria o con la de las noticias de actualidad. Más que un lirismo abrumador, a mi alrededor, según mi memoria de aquella época, campaban a sus anchas los conflictos familiares y las mudanzas imprevistas. Pero los ojos de un niño no dejan de deslumbrarse por los destellos de la primavera y las cerezas, por el fulgor silencioso de la nieve y, sobre todo, por el viento de libertad que obligaba a entornar los ojos cuando descendías en bicicleta, a toda velocidad, junto a aquellas imponentes montañas de carbón. Y en verano los campos de espigas y los trillos, los cangrejos americanos asados a la orilla del mismo río donde los capturábamos. Dios, desde luego, no estaba presente en ninguna de esas sensaciones sublimes y sencillas. Más bien me parece ahora el ornamento con el que mucha gente se vestía para cubrir sus angustias, para no ver ni sentir la plenitud de la vida. Espero que pronto desaparezcan definitivamente las clases de religión de todas las escuelas, pero ojalá que sigan existiendo maestros de la vida y de la poesía como aquel hombre que nos abrió tantas vetas de conocimiento.

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