las once y un minuto
¡Me sufragas con tanto amor supremo, soberbio,
pan de leña, besos distraídos, extinción de fronteras
en lo que toca de tu piel a la mía!
Que hasta las orquídeas parecen inmortales
y nuestra voluntad y deseos se trenzan
sin remedio ni solución de continuidad,
ajenos a las órdenes, dueños de su insólita
naturaleza.
Ni las firmes placas tectónicas ni la más
hambrienta de las bestias resistirían el embate
de tanta florida abundancia. Sin una pizca de ruido.
Con ese rozamiento que sólo oímos porque
lo anhelamos.
Estoy en tus filamentos. En tus borrascas y
anticiclones también. No puedo irme a ningún
otro lugar imaginario pues soy mis raíces
en ti. Y no se puede seccionar lo que es totalidad
excepto como espurio ejercicio matemático o
como el salto de pértiga o del esquiador que
contemplas con el aliento en vilo.
Me afirmas y me persuades, aspiro cada partícula
de tu polvo de estrellas, lo ignoto se presenta
menos envalentonado y nos brotan músculos
de la simple alegría. Veo que son las once y un minuto
de la mañana y me pregunto por qué casi todo
lo demás carece de sentido.
0 comentarios