Instancia compulsada
Dejadme que admire lo bello, lo sublime, lo que me deleita e hipnotiza porque
quiebra todos los sobreentendidos y las idioteces con unas simples acuarelas o
con la arquitectura de lo imposible.
Dejadme tiempo para lo bello.
Tiempo.
Mucho tiempo.
Dejadme en paz.
Y que no tenga que preocuparme de vuestros desarreglos y cacharrerías.
Dejad de molestarme con las hojas de reclutamiento, con las facturas del expolio, no soy un banco, dejad de salpicarme con esos malos rollos.
Dejad de mataros, por favor, ya sé que las hormigas o los mosquitos no os parten el corazón, pero el sadismo acabará carcomiendo lo que os resta de tuétanos. Seréis más parodia, más careta, más bala cargada de vacío atómico.
¿Por qué habría de sufragar yo toda esa inquina y los encefalogramas planos? ¿Por qué he de trabajar hasta la extenuación para que vuestra lengua de lava aborte a tanto inocente por dar a luz?
Dejad que me equivoque si me incumbe y que
pierda el tiempo,
mucho tiempo,
buscando lo propicio, las palabras hermosas, las acuarelas, ya lo he dicho, y las formas imposibles del espacio o de los asentamientos humanos, que es como lo codifican las naciones unidas.
No es un capricho de niño bien, ojo, por mucho niño incruento, o no tanto, que nos pueda dar ejemplo de canicas y correrías y conmoción ante todo lo nuevo y terrorífico. No.
Tampoco es que la belleza resida en la clase obrera -esa aporía, esa propaganda-,
ni en los carros llenos de banalidades acopiadas por si acaso llueven piedras,
ni en la política de recursos humanos, de materias primas y de bienes inmuebles.
No es eso, qué va.
Lo que está claro es que
es que a los niños bien que se dedican a la contemplación
que cantan y escriben y pintan y salen en las pantallas a todas horas, a esos sí que no,
que la clase obrera y el punk y las columnas del Ebro y los negros pobres o los de cualquier color mucho más pobres o los continentes que sobrevuelan,
se adquieren y visten y molestan, pero no son carne de belleza (para los niños bien).
Dejadme de una vez, en paz.
Con mis palabras, ya lo he dicho.
En los resquicios de todas esas prisas por perecer.
Dejad de darme la lata
con que si podría ser esto o lo otro, como si tuviera quince años, ahora que nos lo quitáis todo
y sabemos cuánto añorabais el potro de tortura.
¡Cuán flácidas vuestras eyaculaciones!
Hoy no puedo ser más generoso.
Prefiero quedarme abrazado a las imágenes superlativas, a tus brazos esdrújulos
hasta que me tiemblen las lágrimas, hasta que los pueblos derroquen las tiranías -muriendo o matando, lo sé, no es lo más glorioso- y zozobren
los contrabandistas del tiempo.
Ese es el único precio que estoy dispuesto a pagar
por mi viaje.
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