Lloverán peces de las nubes plateadas
para que podamos ir silbando a cualquier
punto cardinal, con cualquier excusa diplomática
y cambiar la perspectiva del laberinto
de callejuelas con sol y sombra que no cesa
de urbanizar nuestros sueños púrpura.
Quienes se aproximan a las locomotoras con
insaciable curiosidad y descubren el piloto
automático, quienes no albergan la euforia
de la marabunta ni la tristeza postcoital
al remover las noticias que flotan
en el café con leche, quienes son premiados
por el azar de sus células benignas y se regalan
el aleteo futuro de las crisálidas cuando
el hambre no les acucia.
¿Somos nosotros, qué húmeda sustancia del
mundo proporciona el suelo y el aire para
vislumbrar un nosotros? Si toda arena
de esperanza se escurre entre los dedos.
Si el aroma de la albahaca, si el surco de
los terrones negros, si el aceite derramado
por el cuerpo que reclama la horizontalidad.
El prodigio de los dialectos, de la espesa
corriente de esbozos y rutinas, no deja más
tregua. Excavar en los yacimientos de la sed,
no someterse al tráfico de marfil ni a la indolencia,
abrazar el vuelo ingobernable.
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