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ateo poeta

 

Lloverán peces de las nubes plateadas

para que podamos ir silbando a cualquier

punto cardinal, con cualquier excusa diplomática

y cambiar la perspectiva del laberinto

de callejuelas con sol y sombra que no cesa

de urbanizar nuestros sueños púrpura.


Quienes se aproximan a las locomotoras con

insaciable curiosidad y descubren el piloto

automático, quienes no albergan la euforia

de la marabunta ni la tristeza postcoital

al remover las noticias que flotan

en el café con leche, quienes son premiados

por el azar de sus células benignas y se regalan

el aleteo futuro de las crisálidas cuando

el hambre no les acucia.

 

¿Somos nosotros, qué húmeda sustancia del

mundo proporciona el suelo y el aire para

vislumbrar un nosotros? Si toda arena

de esperanza se escurre entre los dedos.

Si el aroma de la albahaca, si el surco de

los terrones negros, si el aceite derramado

por el cuerpo que reclama la horizontalidad.

 

El prodigio de los dialectos, de la espesa

corriente de esbozos y rutinas, no deja más

tregua. Excavar en los yacimientos de la sed,

no someterse al tráfico de marfil ni a la indolencia,

abrazar el vuelo ingobernable.

 

 

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