Descender a las cumbres
submarinas, al silencio turquesa
del lenguaje que adoptan los peces tigre,
los peces inquietos y avizor,
lo insondable, el oxígeno indescifrable, el espejo
del espejo, el plasma y la placenta, el gesto del
hombre buzo, el mejor amigo de los moluscos
y crustáceos,
y no hallar la filosofía del tesoro,
la metafísica de la profundidad,
la esencia de lo que fluye,
la soberanía del ser en lo inmenso,
superviviente, depredador, sorprendido
entre las raspas y cadáveres,
sumergido bajo los motores de los barquitos
y las lanchas y el esquiador acuático fracasando
con sus acrobacias, dejando una estela nívea de fracaso,
nada puede envidiar el albor rotundo
de la luna preñada sobre la superficie del agua negra,
espejeando su refracción,
pariendo luz,
erupcionando vernácula,
mineralizando los intersticios. África en su sangría
a sólo unas brazadas.
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