Resbalaban por tus labios
las palabras fruncidas, tus
puntualizaciones gramaticales,
tu entonación sostenida en las
sílabas agudas mientras aleteaban
azules tus párpados y yo me
sumergía en las vetas acuosas de
tu alma extranjera, dichoso por la
proximidad de tus ademanes
perfumando lo invisible,
revolviéndome contra la génesis
de la ternura exhalada por tus manos,
ajeno al insaciable arroyo del
tiempo hasta que sonríes y me
solicitas los ejercicios de traducción
y junto a tu fuente procreadora,
en mi lengua trabada sé que,
así, nunca aprenderé el idioma
avanzado con el que me nutrías.
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