Ahora sé que el beso
viene del pasado,
volátil y gratuito
como el resplandor
de un relámpago
divisible.
Cada vez que
se materializa
su espejismo sé
que se hace lo rojo
entre las rachas
glaciales,
que la vida
se esfuma
sin remedio.
Ya no mendigo
los besos inoportunos,
los lánguidos
o los abrasadores besos,
ni albergo en ellos
redención a
mis lascivos
pensamientos,
a mis causas
perdidas.
En las exequias
del beso,
en su precioso
futuro mineral
y la usura de su
críptica
metafísica,
en su adventicio
latir,
sólo ahí,
acierto a intuirte.
Fotografía: Anna Morosini
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