Fragmentado el tiempo hasta la saciedad.
Entonces colisionan como lenguas glaciares
los bloques que amalgaman los restos diminutos,
esas sedes sin nombre donde murió el beso,
el milagro del silbo en trance
revoloteando.
¿Por qué insistir en hurtarle un hueco
a esa poderosa avalancha?
Fotografía: Elia Costa
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