Hay una tendencia
a la geometría
de las clases sociales,
de los afectos,
del tiempo.
Engastadas en pirámides,
trazando círculos,
apuntando con sus flechas.
Se les pone así
alambradas
de tres dimensiones:
las figuras que se invierten,
las adiciones de parámetros
y el sentido doble,
quedan todos sujetos
a la misma lógica
perversa.
Se olvida entonces
lo fértil de cada seno,
el límite borroso,
la díscola ensoñación.
Siempre hay participantes
que se arrogan la facultad
de definir el orden
y su contrario
como si no hubiera
escapatoria.
Ilustración: Santiago Ortiz
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