Hong Kong Skyline
El silencio interrumpe. Viene cargado
de vacío, pulcro y aseado, como el hijo
menor del tifón tropical. A dejar
paso a los delfines albos que se ríen
de las predicciones meteorológicas
y me palpita el futuro, me socorre
ese temblor acomplejado por su
docta ignorancia. Bebo, siempre bebo,
o lo intento, de las ubres del piso
dieciocho, las que más saben al
espacio imperfecto y encinta
de la lluvia que tarda. Vienes al
corazón sangrando. Es así como
se evita la herrumbre. Destilas una
pretensión de aroma, necesaria y
suficiente, hilemórfica, que ni
el almizcle más testicular. Saco
la voz de su cáscara fósil y emite
su grito mudo, constreñido, y por
qué duele esa herencia melliza.
La luciérnaga también duda
y, no obstante, se reproduce en
un alarde democrático de leyes
sin señorío que las tutele. Aquí,
solo, vástago, puedo incluso
desear un amarillo entero.
Foto: Miguel Martínez
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