El día en el que un tótem
se abrió en tu ecuador
y las enredaderas violetas
certificaron el prólogo
del aullido y la espuma y la unción.
Dibujaste un siete
persiguiendo aquellas alas negras.
Que nada mutile
el polo ártico de la voluntad,
esgrimías desde tu carrera
de zahorí.
Las hojas en su costumbre de resina
qué mar de pararrayos miran ahí
arriba, te sientas en el cielo de uvas
y espera mi boca:
son astros, son figuras
umbilicales.
Casi destellan, casi se desmiembran
y nos amortajan. Se enroscan
hacia su forzada esterilidad.
Prefiero esa radicación,
por qué tan deleble.
En tus mejillas vidriosas
invocaste al reptil amigo,
a la nuez del crepúsculo.
No te suplicaré un poema más.
Fotografía: Vaclav Chochola
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