La has amado sin rubor,
con arrebatos y delirios de grandeza,
hasta los dientes de leche
y las simas del trauma, atravesado
por la flagelante caída de la noche
sobre el temblor y la luz
en abundancia.
La has amado sin saber cómo se ama,
negando la inercia y la negación,
en contra de tus propias armas,
rindiéndote al brillo arenoso del azar,
sin más ley que la del astro
creciente.
La has amado mil veces y mil veces ella
ha tomado las riendas del océano
y ha habitado la necesidad del horizonte
y esa voz áurea te ha instado
a nadar
y a nadar
y a nadar
sin alcanzar nunca lo inefable
de su cuerpo.
Fotografía: Nan Goldin
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