No cura la palabra
por sí misma, por su magia
o ángel, por el vaticinio,
por su hilo postrado en el lecho
de adversidades.
Ni la escucha
imposible de los insectos que rasgan
el sueño, las amapolas renuentes
al arrullo, la figuración
de lo sustraído para siempre.
El cauce de nubes, la paz del tumulto,
la luz emergente apenas enunciada
y que pugna por las vértebras
y da raíz, al menos prometen
la buena suerte.
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