Kandinsky sollozaba a la sombra de los sauces
que auguraban el alimento de un nuevo orden solar.
Los delirios eléctricos en los pinceles de Hundertwasser
también rendían pleitesía al vientre vacío del que todo mana.
Bach se levantaba muy temprano, con el incienso aún
impregnando el aura del clavicordio, y recorría hipnótico,
adelante y atrás, sus juegos y amoríos de la infancia
mucho antes de que el matemático Möbius deslizara
sus dedos por la más entrañable geometría.
Desde la otra punta del mundo, esos nombres exóticos
me cautivan igual que cualquier enigma acerca
de la función del arte.
Ilustración: Jean Giraud
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