Son jóvenes
y están enamorados.
Cada vez que se encuentran,
vuelve con ímpetu
ese proceso químico turbulento
y fuera de control.
No aciertan a predecir
cuánto se prolongará
la euforia,
pero presienten
alguna interrupción
inevitable.
Se lo advierto
a mi hijo,
como buen aguafiestas,
pero sonríe
condescendiente,
esgrimiendo su derecho
al ensayo y al error.
Cree disponer
de una larga vida
por delante
y que la suerte
le seguirá cayendo
en gracia.
Me ausculta
y confirma
que mis fracasos
y reincidencias
en tantas vanas ilusiones,
en realidad, resultan
poco convincentes.
Fotografía: Vivian Maier
0 comentarios