Ese hombre, Wim Mertens, me fascinó
como si no fuera real, su voz no tenía sexo
ni edad, sus cadencias al piano proyectaban
el ensimismamiento de los pájaros y de las nubes
en nuestra perplejidad de humanos mortales
luchando sin certezas por un placer o un amor
que se alimenta del aire.
Es ese tipo de música el que arraiga
en mi deambular medio feliz
y medio atolondrado.
Fotografía: Ana Nieto
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