En tiempo de rebajas
o en los centros comerciales
estamos rodeados
por un ejército anónimo
de infalibles
consumidores.
Nos vemos sorprendidos
en plena contienda
así que optamos
por extraer de sus bolsas
publicitarias
los objetos adquiridos
y esconderlos
en los macutos
que nos delatan
por igual.
Cada hormiguita ciega
desfila disciplinada
en pos de su botín
codiciado,
aprueba
a sus congéneres
y desprecia a los parias
que quedan al margen
de las hostilidades.
Cada transacción
económica
es un combate
en el que rinde sus armas
la clase desesperada
con sus variados
uniformes.
Hay una ciudad
devastada
y una ciudad que retiene
a las guarniciones
del trabajo odiado
y a las huestes
del deseo
cautivo.
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