Cada amor define un territorio,
sus propias nubes, un clima,
la red fluvial de los pensamientos
que se encarnaron en palabras,
días y gestos que lo decían todo
incluso sin hablar.
Sabíamos que ese mundo residía
dentro de un mundo mayúsculo
y abríamos con curiosidad
las cartas con noticias
que llegaban desde el otro lado
de la frontera.
Sólo mucho después, en el retorno
a nuestro fuego, cuando despertamos
silbando y el porvenir nos regala
cerezas y tu cuerpo sigue ahí,
próximo y latente,
reconocemos cuánta ciega
confianza nos permitió andar
por un suelo tan poco firme.
0 comentarios