¿En qué sagradas creencias
se basa el régimen de nuestra justa
y óptima convivencia?
-interpeló el príncipe
a su súbdito.
Tras recitar la retahíla
de lugares comunes,
leyes vigentes
y alabanzas de rigor,
se despidió de la corte
inclinándose con reverencia
mientras sus majestades
proseguían celebrando
el banquete,
sus intrigas palaciegas
y los vicios
de la carne,
no sin antes maldecir
la retórica ladina
de la servidumbre,
tan poco de fiar.
El gobernante
no conciliaba el sueño
a sabiendas del motín
y las ansias de venganza
que se incubaban
entre los hambrientos.
A la plebe
también le carcomía
el miedo a la espada
y al fuego
que les reservaba la ira
de las autoridades
si fracasaba
la sedición.
Quién iba a pensar
que unas simples canciones,
con su sátira mordaz,
armarían tanto revuelo.
Ilustración: Fred Deltor
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